Cualquier noche de Copa Libertadores tiene una mística particular para los hinchas albirrojos. Pero aquella noche era especial: el 8 de julio de 2009, Estudiantes jugaba la primer final frente al Cruzeiro, en el estadio Ciudad de La Plata. El reloj marcaba las 21:50, cuando decenas de miles de papelitos, serpentinas y fuegos artificiales coparon la escenografía. Las caras se tornaron de un tizne rojizo por el humo de las bengalas, y las lágrimas comenzaron a aflorar de los ojos de más de 40.000 personas. La sirena coronaba el ingreso del conjunto pincharrata, que no estaría encabezado por su capitán Juan Sebastián Verón ni por ningún otro jugador.
Tenía puesto un buzo de arquero bordó con la 21 de Andújar a su espalda, con las copas de antaño que resaltaban en tonos más claros. De la mano de su amigo Gastón Fernández, recorrió los metros que separan el vestuario local del campo de juego. El agite de sus brazos al entrar demostró su euforia, su fanatismo, su amor, y conmovió a quien estaba mirando el partido por televisión. El futuro campeón de América salió a ganar encabezado por Manu, el protagonista de la historia de hoy.
Manuel Prenollio Riddick es un joven platense de 27 años de edad, que reparte sus días entre el fútbol, el básquet y su principal pasión: el bombo. Manu toca este instrumento en el grupo de la hinchada albirroja llamado "Los pibes de los bombos", conformado por varios jóvenes que lo hacen de forma desinteresada. Cada cotejo de local se lo ve con su bombo ploteado con el escudo y las estrellas, y vestido íntegramente con indumentaria relacionada al club.
Esta relación entre él y el grupo se dio de forma casual. Ellos tocaban todos los partidos y observaban que Manu los miraba de reojo, siempre desde un costado. Un día le dieron un bombo para que toque, y desde ahí no lo soltó nunca más. "Ama el bombo, ama Estudiantes y encontrar chicos que lo acepten e integren es algo que me deja sin palabras", dice su padre Oscar.
"A él lo hacen inmensamente feliz. Que le haya pasado esto, que haya encontrado un grupo de amigos que lo quiera, que lo comprenda y que lo integre es fundamental", explica. Para Oscar y su familia, la historia de Manu con los bombos es "la felicidad total, una sensación extraordinaria de amor. Es algo muy lindo para él". "Nunca en su vida pudo integrarse a un grupo, y tener ahora un grupo de chicos con el cual se junta, comparte y disfruta es la plenitud", agrega.
Gonzalo Sal Anglada es un integrante de "Los pibes de los bombos", pero fundamentalmente es amigo de Manu. Gonzalo cuenta que los cambió como grupo, que a partir de su llegada se transmitió el valor de la integración y que hoy en día todos lo llaman a Manu para invitarlo a cualquier actividad que realicen. "La idea es integrarlo a todas las actividades que podamos, ya sea arreglar los bombos o juntarnos a comer. Tratamos de no acotarlo a lo que es la cancha", indica.
"Para él son muy importante cosas que por ahí uno las naturaliza, como estar en la Sede, entrar al Pincha Store. Él valora por mil esas cosas, uno no tiene dimensión de lo que significan para él", expresa Gonzalo. "Manu es amor puro y desinteresado, como todos los chicos de su condición. No tiene filtro, no especula con los sentimientos. Si le das un kilo de amor, te devuelve mil".
Al igual que en aquella final de Copa, hay otro hecho extraordinario que marcó la vida de Manu con Estudiantes. Fue en la despedida de Juan Sebastián Verón, cuando Manu burló todos los controles de seguridad que hay entre la cabecera popular Sur y el campo de juego, e ingresó al césped para abrazar a su ídolo. Al día de hoy, nadie sabe cómo pudo hacerlo. Su padre dice que "cuando Manu se propone algo, lo consigue".
A medida que iba a los partidos y entrenamientos en el Country, Manu pudo hacerse amigo de varios jugadores. Por ejemplo, con la Gata Fernández. "Un día estábamos llegando a La Plata y lo cruzamos en auto, bajó sus vidrios y empezó a saludar a Manu a los gritos", cuenta Oscar. También recibieron un mail de Gastón desde Estados Unidos cuando Manu salió en la contratapa de diario El Día.
La expectativa de Oscar de cara al futuro es "fortalecer el grupo fantástico que se ha creado, para que no sólo Manu, sino otros chicos de su condición puedan hacer una vida parecida". "Estamos formados como sociedad de una manera que es muy difícil integrar a un chico especial. Por ahí cuesta, no hay un espíritu de los padres pinchas de llevar a su hijo con capacidades diferentes a la cancha. Es más fácil quedarse en la casa, hacer lo de siempre que integrarlo a una actividad distinta", señala. "Mi hijo es la punta de algo que puede ser maravilloso. No sabemos lo que puede venir, pero uno está dispuesto a todo por la felicidad de ellos"