Galera, chaqueta y pantalones con los colores albirrojos. El cuerpo se contorneaba infatigablemente al son de los bombos y el canto de la multitud. Una pandereta se agitaba en una mano arrancando el acompañamiento musical del baile. Sobre el pasillo de la tribuna de 55, aferrado a una bandera o parado sobre un paraavalancha realizaba parte de su show.
Una antorcha dejaba la pandereta de lado. Su boca se abría, y como si saliera de las entrañas, un rayo de fuego se elevaba 4 o 5 metros. Una y otra vez se repetía la bocanada de fuego lanzada al aire. Una actuación que no sólo representaba en el viejo estadio de 1 y 57, sino que conocía otros escenarios. Era el mítico Pelapapas.
Raúl Bernechea concurría a cada partido en el "Jorge Hirschi". Clase 1932, platense de nacimiento, vivía en los alrededores de la zona de 32 y 122. Tez morena y de mediana estatura, provenía de una familia humilde: sus padres eran del interior del país, viniendo a La Plata para conseguir una fuente de trabajo para sustentar a Raúl y a sus 20 hermanos.
En declaraciones al suplemento "Aquí La Plata" del año 1982, el Pelapapas declaraba que "siempre me gustó el tablón. Pero te aclaro que siempre pague entrada. Nunca fui a pedir ni me dieron entradas de favor. Saqué la plata de mi bolsillo y pagué, como a veces lo hice por otros muchachos que no tenían". Si en la vida no tengo muchas cosas es porque el dinero que tuve lo gasté para seguir a Estudiantes", agregaba.
Su apodo se lo puso un cadete de la Escuela de Policía Juan Vucetich. Raúl ingresó allí como ayudante de cocina, y uno de los alumnos empezó a llamarlo por ese mote. Y quedó para siempre. En su juventud, bailaba en los viejos carnavales de la ciudad, en la compara "Año verde" y era conocido como "El hombre de goma".
Su principal característica era la de lanzar fuego por la boca, aunque le trajo varias consecuencias. "En Córdoba, cuando Estudiantes salió campeón me quemé la boca y perdí los dientes. Me tuve que hacer una dentadura postiza" comentaba Raúl. "Le pedía a una señora que meta la botella de querosén en un paraguas, lo hacía y adentro podía hacer mi espectáculo" decía con su sonrisa característica.
La pasión que sentía por Estudiantes no tenía límites. Para seguir al equipo durante la época de las Copas Libertadotes vendió una heladera, un tocadiscos y una bicicleta, aunque su sueño hubiese sido ir a Manchester. Tuvo intenciones de vender la casita donde vivía, pero los llantos de su madre lograron conmoverlo, y finalmente no lo hizo.
"Veo a Estudiantes y pienso en la fiesta que le puedo brindar a la gente con mis actuaciones. Me gusta bailar, los cantos de la gente, los bombos retumbando". El Pelapapas se definía como "un tipo honesto, bueno y honrado", al que le gustaba brindar una fiesta a la gente que iba a la tribuna a alentar al León.
Hace algunos años, regaló una de las camisetas que usaba para ir a la cancha, la cual está situada en la Sede Social. Raúl, junto a tantos otros, es parte de la historia del club, porque como dice Discépolo: "el hincha es el alma de los colores".
Christian Nahuel Sosa